Autor: Francisco José Aranguren Urriza
febrero 22, 2016

Si el Derecho es Literatura ¿será la escritura pública un género literario?

Cuenta Enrique Vila-Matas, el novelista catalán, que decidió su vocación de escritor durante la proyección de la película “La notte”, de Antonioni. Él quería llevar la vida de un escritor. Quería llevar la vida que lleva en esa película el personaje de Marcelo Mastroianni. Lo que no sabía entonces –dice- es que para ser escritor además había que escribir, y escribir bien.

 

Yo, cuando comencé la oposición, no sabía nada de los Notarios porque no tenía ningún referente familiar, pero vagamente, en el imaginario de entonces y quizás también en el de ahora, lo que la gente queríamos era “vivir como un Notario”. Esa vida, mayormente “de alta sociedad”, fabulábamos que debía comprender ir a los toros a fumarse un gran habano y ponerle un piso a una rubia platino. Uno quería ser Notario, sin saber que para serlo, además, había que trabajar y había que trabajar, precisamente, escribiendo.

El Abogado como narrador

En los años setenta del siglo pasado surgió en Estados Unidos el movimiento “Derecho y Literatura”, muy pujante en la actualidad en los países Iberoamericanos. Se trata de explorar las relaciones entre lo literario y lo jurídico.  Derecho y Literatura parecen realidades muy alejadas, pero sólo aparentemente lo son. La literatura nos da a conocer el mundo de los demás. Leer nos aporta empatía. Y los juristas necesitamos esa capacidad de ponernos en la piel del otro, para no aplicar inhumanamente las reglas.

Los Abogados cuentan historias y la literatura les puede ayudar a contarlas mejor, construyendo su relato más allá de los hechos desnudos, para mostrarnos detrás de ellos a las personas, sus sentimientos y sus emociones. Sólo por eso ya debería enseñarse Literatura en las Facultades de Derecho.

Y los Notarios ¿tenemos que ver con la Literatura?

La carrera de Derecho es ciertamente un estudio de libros y el trabajo de los Notarios es ir componiendo textos, para formar libros con ellos. Aunque desaparecieron las bellas caligrafías de los antiguos escribanos, seguimos hoy los Notarios escribiendo. El protocolo notarial: esos gruesos tomos encuadernados en pergamino que nos contemplan desde sus estantes son, ni más ni menos, la biblioteca personal de los Notarios que nos antecedieron en la población, una biblioteca cuya gravitación sentimos, citando a Borges, de una manera casi física, como el ámbito sereno de un orden… tiempo conservado y disecado mágicamente. Esos hombres, vivieron donde ahora nosotros vivimos, fueron conocidos allí y se les recuerda y en sus páginas va latiendo la vida cuyo pulso nosotros hemos pasado a tomar.

Uno, al final, de una forma lateral, se ha convertido en el escritor que quiso ser. Aunque el Notario es un escritor muy especial, un escritor que vuelve una vez y otra sobre unos mismos textos sin abandonarlos nunca. Más como el poeta que pule sus versos que como el descuidado novelista, el Notario va depurando a lo largo de su vida sus formularios. Textos repetidos cada día pero que nunca son los mismos porque van ganando significación al condensar la experiencia del tiempo y los errores. Los años expurgan lo que no funcionó y las fórmulas que resisten son las que demostraron su utilidad en las encrucijadas que el ejercicio profesional fue planteando. Al modo de los textos bíblicos, los formularios notariales son palabra viva, palabra que se va haciendo en las complejidades de la vida.

Como todo género en Literatura, la redacción de los instrumentos públicos tiene su propia preceptiva literaria, residenciada en el artículo 148 del Reglamento Notarial, que impone al Notario el empleo de un estilo claro, puro, preciso, sin frases ni término alguno oscuros ni ambiguos y observando, como reglas imprescindibles, la verdad en el concepto, la propiedad en el lenguaje y la severidad en la forma.

Visto así, la literatura notarial no encaja, hay que reconocer, con los gustos del hombre posmoderno. Nada más lejos de él que la severidad. Y nada más valorado, por contra, que la ambigüedad. Ningún personaje tan actual como Poncio Pilatos cuando pregunta “¿qué es la verdad?” La verdad resulta ajena a la Literatura. El mismo concepto de verdad irrita, parece limitador: cada uno quiere tener su verdad. La verdad literaria es la verdad subjetiva del narrador. Y a esa subjetividad debe renunciar el Notario.

El Juez como narrador

Sin embargo, hablando de la verdad, en el mundo del Derecho la verdad como absoluto se matiza también. El veredicto del Juez establece la verdad de los hechos (vere-dictum) y éstos quedan fijados de forma incontrovertible. Pero se trata de una verdad paralela,  que se superpone a la otra, la objetiva, la cual siempre se nos va a escapar. La Sentencia construye un relato coherente con los limitados materiales que aporta la acción probatoria de las partes. El Juez une con un hilo de plata los pocos puntos iluminados por la prueba. La narración del Juez recrea así una realidad naufragada en el mar del tiempo.

El Notario como narrador

En la literatura notarial, el Notario es el narrador. A veces narrador de lo que los otorgantes le han contado, otras narrador en primera persona de hechos que percibe o de juicios que sobre los hechos formula. La narración, en las actas, tiene un alto componente descriptivo y es quizás en la redacción de las diligencias donde más se pueda apreciar el alma literaria del Notario autorizante. A veces el Notario es amanuense de un texto ajeno, si se le presentó la minuta por las partes, pero aún en este caso, el relato es suyo, pues asume su autoría al autorizar el documento. Al redactar conforme a minuta, el Notario se aproxima a Pierre Menard, cuyo Quijote, coincidía palabra por palabra con el de Cervantes, pero resultaba ser un texto completamente distinto.

Como en la Sentencia del Juez, también el relato del Notario adquiere mediante la autorización el valor de verdad establecida. La fórmula sacramental: Doy fe, transforma el agua de la narración en el vino de la verdad. La narración se hace así digna de fe (fide-digna).

Como iniciando un sacerdocio, cuando un nuevo Notario toma posesión del cargo un miembro de la Junta Directiva de su Colegio le hace solemnemente entrega de un protocolo, pronunciando unas palabras rituales, con las que se le inviste de la fe del Estado: toma este protocolo, para que no escribas en él más que la verdad. Así, con la solemne entrega de un libro, comenzará el Notario el ejercicio incesante de su oficio de escritor, de cronista de los pueblos que el destino le tenga destinado, para proseguir el trabajo de muchos otros que nos precedieron en el arte de narrar.

Francisco José Aranguren Urriza

Notario de Sevilla

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Notario de Sevilla.

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