Autor: Firma invitada
enero 21, 2020
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Soltó la cuchara con mano temblorosa, ella, a la que nunca le temblaba la mano. El cuchicheo del metal y la loza ahogó las últimas palabras, que apenas se atrevieron a dejar un eco de desagrado.

Levantó la vista del plato y la paseó entre sus hermanas. Las tres la observaban ahora, por fin en silencio. Romper el silencio en aquel lugar a la hora de la comida dejaba a la palabra blasfemia a la altura del término travesura en el diccionario de un loco.

Allí estaban, sentadas alrededor de la mesa, una mesa todo borde en la que día tras día se servían duelos y quebrantos.

—¿Ya has terminado? —inquirió con una tranquilidad fingida que sonó falsa, porque ella nunca fingía—. ¿Sabéis el día que he tenido? ¿De verdad es mucho pedir unos minutos de silencio para poder comer tranquila? Evidentemente, a ti no te los voy a pedir; tú no comes. —La estocada verbal no pareció atravesar las magras carnes de su tercera hermana—. Quejas —continuó—. Siempre estamos igual. No importa lo que haga, no importa lo que me esfuerce. Mi lucha no significa nada para vosotras. El precio que se paga por mi esfuerzo, ese precio en el que retozáis como alimañas, nunca lo vais a apreciar. Quejas, y más quejas… «La casa del reniego» podríamos poner en el felpudo. Estoy cansada de vosotras. Me lo callo siempre, pero eso no lo hace ni más cierto ni más falso. Me da igual que os corroa la envidia, me da igual que ignoréis que soy yo la que pone el plato en la mesa, que sin mí no sois nada. Vivís enganchadas de mi brazo. Os encanta desfilar junto a mí y no os dais cuenta de que yo tiro de vosotras. Si tenéis las manos llenas, es gracias a mi dedicación, gracias a mí.

—Eso no es justo —protestó la hermana mayor, la que siempre se sentaba a su diestra, la que siempre empezaba—. Yo tengo mi trabajo y no dependo de ti.

—¡¿Tú?! —exclamó escandalizada la primera—. Te lleno los bolsillos. Y vosotras dos sois como furcias con gonorrea, medio mundo se ríe de vosotras. Soy yo la que mantengo a esta familia; y os diré la razón: soy la única que entiende la naturaleza humana, la única que sé vender mi producto.

—No hace falta que grites.

—¡Grito si me da la gana!  ¡Yo soy famosa, yo soy arte! La gente grita mi nombre y escupe en el vuestro. Lo que yo les vendo lo buscan durante toda su vida, porque lo que se reprime es lo que más se anhela, lo que la propia esencia del hombre reclama. Ensancho sus vidas, les permito dejar de ser hipócritas, mostrarse como son en realidad. Y cuando acabo, cuando termina, todo queda limpio y tranquilo, lleno de buena voluntad. Yo le doy felicidad al mundo.

—¿De verdad crees todo eso? ¿De verdad crees que nadie te odia, que nadie critica a la gran diva?

—¡Claro que me critican! También los hay ingratos. Lo espero de los demás. La inteligencia es un bien escaso en el mundo y la sensiblería se arrastra como las cucarachas, pero ¿de mis hermanas? De mis hermanas parece que no puedo esperar ni una comida tranquila.

Y así terminó la bronca aquel día, con un portazo que tampoco dejó eco.

Una vez que Guerra hubo abandonado el comedor, Hambre asestó a Muerte una mirada tan famélica como feroz, una puñalada de odio. Muerte no pestañeó; no estaba en su naturaleza.

—No te puedes callar nunca, ¿verdad? —le recriminó—. Ni siquiera puedes esperar a que terminemos de comer. Parece que tú no matas desde hace tiempo, te limitas a dar por culo. Eres como esta —añadió señalando a Peste—, solo abres la boca para escupir veneno.

Y Peste, que durante toda la comida no había abierto la boca, esa boca que solo servía para escupir veneno; Peste, que aunque nadie podría sospecharlo era la más sensible de las cuatro, recogió mohína las manos sobre el regazo y sollozó.

Juan Pedro Lamana

 

Juan Pedro Lamana Pedrero es Notario de Cehegín (Murcia) y también escritor. Recientemente ha publicado su primer libro “Mnemoneus: Demediado” en el que “se busca a un asesino en una ciudad llena de secretos”. Esta es su tercera participación como Firma Invitada en nuestro blog. Aquí puede leerse la primera y en este otro enlace la segunda. Gracias, compañero, por permitirnos publicar tus relatos. Estaremos encantados de que vuelvas.

Acerca del autor:

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