Una experiencia notarial en permanente transformación: la transición ininterrumpida
El comienzo: ¿hacia dentro o hacia fuera?
Tomé posesión como notario en mi primer destino – Roa de Duero (Burgos)- en Octubre de 1981. “Ahora a vivir tranquilamente” me decían. Desde entonces mi ejercicio profesional ha sido un no parar, un fluir incesante, un discurrir continuo, como el río cuyas aguas cambian constantemente, según el filósofo de Éfeso.
Había dos formas de ser un buen notario: la extrovertida (ad extra), trascendiendo el ámbito del despacho, adquiriendo cierta relevancia en la sociedad más inmediata, participando en los órganos corporativos; y la introvertida (ad intra), interiorizando la función, encarnando lo institucional, trascendiendo en cada acto como si fuera el único, acercando el derecho a la gente.
Esta última fue siempre mi opción, por pura eficiencia: hacer lo que uno sabía hacer mejor, y ladear aquello para lo que estaba menos capacitado. Luego las circunstancias de los tiempos vividos hicieron imposible el ensimismamiento y, sin vocación ni habilidades para ello, he tenido que rebasar continuamente los límites del despacho.
Después de 35 años como notario, en cierta forma, creo haber sido un notario hijo de la época que me ha tocado vivir: un actor/observador en perpetua transición, un luchador en los diferentes ciclos marcados por sucesivas crisis de todo pelaje (la del 78-80, la del 92, la no crisis de los 2000 y la devastadora del 2007-8).
Los 80: Transición política, transición jurídica, el derecho de carne y hueso
Con 24 años me encontré con la Constitución de 1978 que nos había traído la Transición política, que lo cambió todo, que creó el nuevo hábitat normativo, una nueva forma de mirar, una nueva forma de ser del derecho, pese a que las leyes viejas seguían ahí. Gracias a G Enterría supimos que la Constitución era una norma jurídica directamente aplicable y la tuvimos que aplicar cotidianamente los notarios, guiados por una Dirección General que entonces sí era una auténtica dirección y sobre todo general, que interpretaba con sentido la Constitución para lo verdaderamente importante (derecho de familia, igualdad y libertad individual).
Con efectos revolucionarios sobre nuestras viejas leyes y nuestro quehacer notarial, otro hito fundamental fue el ingreso en la CEE, hoy UE, en 1985. Tuvimos que empezar a familiarizarnos con el nuevo espacio económico, con nuevas disposiciones que nos resultaban un tanto extrañas, reglamentos comunitarios, directivas, recomendaciones, dictámenes y demás fuentes del derecho comunitarias.
La década de los 80 fue un constante fluir normativo para adaptarlo todo al nuevo paradigma, en que, al igual que en la movida, hubo de todo, mucha imaginación, exuberancia, mucha Pepi, Luci, Bom … y mucha morralla del montón. Hubo que aplicar las reformas del derecho de familia y matrimonio de 1981, de la tutela, la adopción, la nueva normativa del ITP y AJD y las autoliquidaciones, la revolución de la implantación del IVA, la reforma del derecho de sociedades mercantiles, la incipiente normativa de consumidores, la libertad de circulación de capitales, las adquisiciones de inmuebles por extranjeros. En esta década, el país se disparó económica y socialmente, y buena parte de ello nos tocó conformarlo, encauzarlo, fijarlo y documentarlo en las notarías, con instrumentos legales viejos unos y otros nuevos aun inmaduros. Había que aplicar, estirar y superar todo el derecho a diario en nuestros despachos notariales, determinando un derecho vivo, de carne y hueso –como diría Unamuno-, generando lo que el notario italiano Cesare Licini ha llamado una “jurisprudencia espontánea”.
De esta época data mi primer recurso gubernativo, pues -como admirador de Ihering-, nunca viví mi profesión de forma acomodaticia. La Resolución de la DGRyN de 30-X-84, en contienda noble y amistosa con mi primer Registrador (Aranda de Duero/Roa), mi admirado y enorme persona JF Bonilla Encina, manualista hipotecario y comunista militante, constituye la primera resolución en que se admite la inmatriculación de una cuota indivisa. Luego vinieron otros recursos (R 21-V-91, Auto AT 13-VI-85, R 21-V-91, R 29-IX-93, R 31-V-1999) y numerosas reclamaciones en el TEAR de la Rioja, pues las escrituras desbordaban el puro derecho privado.
Un concurso extraordinario, una diáspora de preparadores que provocó la orfandad de muchos opositores resultaron determinantes para que me iniciara en la preparación de opositores en la Matritense (Columela) durante mis dos años de notario en la provincia de Madrid.
En Roa de Duero (1981), Buitrago del Lozoya (1984) y Calahorra (1986) acumulé un inmenso caudal de experiencias jurídicas que hicieron de mí lo que he sido después: un estudioso y aplicador de las instituciones jurídicas, y un escéptico -aunque respetuoso- de la literalidad de las leyes.
Los 90: Europa y las Españas, el desencanto.
En la década de los 90 afloraron las consecuencias (la resaca) de algunos excesos de imaginación y de la morralla ochentera. Culminados el periodo constituyente y la más urgente adaptación al derecho europeo, con la autoestima a rebosar, el legislador consideró llegado el momento de los experimentos. Quizás el más claro ejemplo fue la ley del Suelo de 1990, aquel invento de la adquisición gradual de facultades para la patrimonialización de lo construido que provocó una conmoción en los iusprivatistas, y nos dejó perplejos a los notarios, pues parecía una deconstrucción de la adquisición de la propiedad que pulverizaba el instituto de la accesión (los administrativistas años después acabaron por reconocer que aquello nada tenía que ver con la propiedad sino con la valoración de los bienes).
Remansadas las aguas con mucho esfuerzo, llegó el TC, que con su sentencia de 20.3.1997 hizo saltar todo por los aires, irrumpiendo como un tornado para destruir en unos segundos lo construido pacientemente durante varias generaciones, rompiendo la unidad del urbanismo, posibilitando micromercados y afectando al régimen de la propiedad inmobiliaria. De nuevo los notarios nos vimos sin normas/normas inmaduras, pese a que la vida seguía discurriendo, fluyendo.
El CGN en 1994 decidió constituir una Comisión de Urbanismo para facilitar la colaboración del notariado ante el fenómeno que se veía venir, y, una vez más, hubo que salir del despacho para atender la llamada, integrándome en aquella comisión. Y comenzó la carrera (arbitrista) de las CCAA para dotarse de su propio sistema urbanístico original, que luego resultó no serlo, pues cada una se limitó a clonar los sistemas conocidos empeorándolos, reduciéndose la novedad a una singular terminología propia, poniendo a lo de siempre nombres diferentes, generando una babelización del urbanismo. Y eso nos pilló nuevamente a los notarios en medio.
También se promulgó en esta década el nuevo –y vigente- Reglamento del Registro Mercantil, instaurando un penoso derecho societario de requisitos, encorsetado, quisquilloso, que dio origen a una interpretación registral literalista, plana, descarnada. Todos tuvimos que aparcar al jurista y escenificar en las escrituras la opresiva y exigente liturgia reglamentaria a la que no se sometieron las sociedades en la espontánea realidad extra-registral.
Y llegaron a las notarías el fax y la información registral en 1994 que supusieron otra revolución en la forma de trabajar, muy positiva en este caso (aunque esta revolución se petrificó y en ella seguimos instalados 20 años después tal como entonces, pese a que al lado del fax anacrónico dispongamos de todos los avances de la era digital).
En contraste con las tendencias centrífugas de nuestro país (CCAA), en la década de los 90, en Europa la tendencia era centrípeta, se avanzaba hacia un espacio único de libertad, seguridad y justicia (Maastricht 1993, Asterdam 97 integrando Schengen, el plan de acción de Viena 1998, Tampere 1999). El ambiente en nuestros despachos se tornó un tanto esquizofrénico (Calahorra era una plaza empresarial y exportadora), era un tejer y destejer, Europa legislaba para la unificación y en España para la dispersión.
En esa época ya nos habíamos vuelto más escépticos, la vida seguía fluyendo, y, pese a las nuevas leyes, sabíamos que había que seguir conformando voluntades, poniendo los textos legales en comunicación con la vida, con la naturaleza de las cosas, adaptando, transformando los conceptos, concretando “máximas de experiencia” y “estándares jurídicos”, luchando (R 27-III-2000, Auto TSJ CyL 8-III-2002, R 22-IV-2004)
En los estertores de la década, de nuevo el temor a que la tierra se abriera bajo nuestros pies. El factor de inestabilidad esta vez no serían cambios normativos. Por esa época ya le habíamos cogido el tono a la informática, nos habíamos entregado a ella en caída libre, sin red, y de repente un nuevo apocalipsis: el temido Efecto 2000. Decían que todo nuestro trabajo, nuestros datos laboriosamente tratados, se podían ir al carajo por unos insignificantes ceros.
Esta década de los 90 no fue menos inestable profesionalmente y menos turbulenta que la anterior, pero ya no éramos ni tan jóvenes ni tan inocentes, y a la década prodigiosa de los 80 le sucedió la década del desencanto. Los notarios, como siempre, nos adaptamos a los nuevos cambios, nos informatizamos, hizo su aparición internet, aumentamos la calidad de los documentos públicos, introdujimos el fax, comenzaron a generalizarse los préstamos hipotecarios, pero -cedida parte de la soberanía a Europa- los notarios pasamos a formar parte del manual de medidas económicas que les quedaban a los políticos locales.
El nuevo milenio: el efecto 2000, la incontinencia y demás excesos de la sociedad opulenta
El efecto 2000 resultó ser una invención de agoreros y pícaros, a partes iguales. Pero no se podía iniciar el milenio sin un nuevo cambio en profundidad, merecedor de tal efemérides: Europa decidió cambiar su sistema monetario y crear una nueva moneda, el euro, casi de la noche a la mañana. Y tuvimos que lidiar con aquello, transformar programas, modelos, y sobre todo la mente (nuevas adaptaciones de escrituras, de sociedades, de participaciones y acciones, re-denominaciones de capitales …).
No es preciso recordar lo que en materia legislativa ha sido la primera década del nuevo milenio y lo que llevamos de la siguiente. Como dijo G Enterría, la ley ha llegado al mayor grado de desvalorización conocido por la inflación desmedida de leyes, con un desbocado desarrollo de normas reglamentarias (marea incontenible de normas, en constante ebullición y cambio frenético, legislación motorizada, incontinente, ametralladora que dispara leyes sin cesar, tifón legislativo). Este fenómeno me sorprendió en Zamora (1999-2006) y Salamanca, nuevas complejidades, nuevos imperativos que me exigieron un compromiso profesional más intenso, había que relacionarse con las administraciones, con las instituciones (trabajos pre-legislativos autonómicos, convenios con Ayuntamientos, impartición de cursos en la Universidad, colaboración con Colegio de Abogados…), y seguir luchando por el derecho (R 15-X-2004, R 22-IV-2005, R 12-I-2009 y R 9-XII-2013)
Los escenarios han sido cambiantes: en los 80 no había leyes (las viejas habían de homologarse desde la nueva óptica constitucional), en los 90 lo conseguido se pulverizó en millares de leyes autonómicas sin control, que se extralimitaban y regulaban todo lo que se movía (fuera o no de su competencia), y en lo vivido desde el 2000 ya sencillamente no hemos sabido qué es lo que está vigente. Esta evolución ha llegado al paroxismo en la última legislatura, no sólo por su cantidad sino por el medio legal empleado: el decreto-ley, ya fuera para lo mundano como para el derecho más venerable (Código Civil, C Comercio, C Penal, etc.). Todo era urgente, todo era exprés, nada intocable.
Qué habría sido de los notarios, aplicadores cotidianos del derecho a un sinfín de actos de los particulares, sin un profundo conocimiento de las instituciones de derecho privado. Qué habría sido de nosotros si no portáramos en nuestro ADN notarial la vocación de determinar el derecho a cada realidad concreta en cada momento concreto, qué habría sucedido si no tuviéramos interiorizada la armónica convivencia de la permanencia y la evolución ínsita en nuestra función.
Las herramientas, los soportes también se transformaron con fiera celeridad
Si los contenidos de nuestro trabajo se veían inmersos en un constante mudar, la misma suerte corrían los instrumentos materiales para llevarlo a cabo. Mis primeras escrituras las hacía, como Umbral, con una Olivetti que llegó a sonar como una ametralladora (y los poderes a pleitos con calco de carboncillo, por aquello de la inmediatez de la copia). Después llegó la máquina de escribir electrónica (me sentí como un indio ante el búfalo de hierro la primera vez que la manejé). Luego vinieron las primeras máquinas de escribir electrónicas con pantallita incorporada de una línea de texto, que nos permitía corregir errores inmediatos sin raspar; los primeros tratamientos de textos, los primeros corta y pega (adiós formularios pre-impresos en papel de imposibles ajustes); el Basic, WordPerfect, Windows y todo lo demás. Y siempre quise (como casi todos) incorporar inmediatamente todos los avances. Los notarios seguimos donde estamos gracias a nuestra rápida capacidad de adaptación a lo nuevo. Siempre en transiciones, de avanzadilla (fotocopiadora, ordenadores, fax, redes).
Y en esto llegó lo digital, lo telemático, la firma electrónica. Nuevas transiciones, nuevas adaptaciones, con nuevas leyes insuficientes, siempre abriendo trochas, caminos, sin normativas.
Epílogo
Tras este incesante devenir, actualmente los notarios hasta casamos y divorciamos. Uno se formó (opositó) sin divorcio en la ley y con la inmutabilidad del régimen económico matrimonial, con prohibición de contratación entre cónyuges, con diferentes derechos en la herencia para los hijos legítimos y los ilegítimos (ya naturales, ya espurios), con el adulterio de la mujer como delito, con la incapacidad para contratar de la mujer casada y la licencia marital, con sociedades anónimas … y hoy estamos casando a personas del mismo o distinto sexo, divorciando, constituyendo uniones de hecho y estableciendo regímenes cuasi-matrimoniales a estas uniones, constituyendo sociedades unipersonales telemáticas, autorizando testamentos vitales, auto tutelas, poderes preventivos, aplicando a cónyuges y herederos residentes ordenamientos jurídicos de países remotos en el espacio, en el tiempo, en la cultura, remitiendo copias electrónicas (aunque, curiosamente, seguimos con el mismo sistema de legítimas e información registral por fax, inasequibles a los tiempos y al desaliento).
Con más de 35 años de profesión, interiorizados todos los cambios, me encuentro ahora adentrándome como notario en el mundo de la inteligencia artificial y la identidad digital post-mortem, el albacea digital, el almacenaje de archivos electrónicos, el servicio notarial de hosting, el sellado de tiempos de archivos, la gestión notarial de a la Smart-contracts, ¿smart-wills?, por el impulso de un grupo de notarios visionarios cuya insatisfacción (léase vocación) les lleva a sondear territorios virtuales, hermosos e inquietantes, en los que, entre bits, combinaciones binarias, apps, bots y demás realidades digitales, siguen entreviendo al notario, al que aman (al tiempo que, como en toda pasión, a menudo les duele el notariado).
Conforme a mi condición de notario en perpetua adaptación trataré de seguirlos, si puedo de cerca (son incansables y jóvenes) o de lejos, en la confianza de que como comando de vanguardia están abriendo y abrirán caminos (que otros transitarán). Ellos han logrado que de nuevo deje a un lado mi forma implosiva y un tanto autista de vivir mi profesión para sumergirme en las turbulencias de las redes sociales, en las que se mueven como pez en el agua, y ellos me hacen ver con esperanza todo lo que viene, que nos va a transformar y mucho (¡como a todos!), pero para lo que hay que estar preparados y con el temor justo, ni un gramo más.
Y acabo como empecé, con las palabras del clásico de Éfeso, afianzadas por mi experiencia personal, todo corre, todo fluye, el río permanece aunque el agua no sea la misma, pero teniendo muy presente que entre el movimiento y la transformación está el sophon, que es uno, es siempre, que está separado de todo movimiento y de toda multiplicidad, según Heráclito, y es en ese sophon donde radica la sustancia del notario. Aunque ¡cuidado!, el sophon no está a la vista, la naturaleza gusta de ocultarse, está oscurecido, hay que descubrirlo, como Miguel Ángel descubría las esculturas en la piedra, donde se las encontraba (decía con modestia el genio). Y somos notarios, no genios –salvo algunos dark- y tenemos la misión de tener que seguir descubriendo las esculturas en la oscuridad.
Salamanca, Enero de 2016.
EXTRACTO
He servido las plazas de Roa de Duero (1980), Buitrago del Lozoya (1984) Calahorra (1986) Zamora (1999) y Salamanca (2006)
Formé parte de la Comisión de Urbanismo del CGN de 1994/95, de la Junta Directiva del Colegio Notarial de Castilla y León, he sido el autor de los informes colegiales en materia de urbanismo sobre los distintos proyectos autonómicos de reforma en esa materia, Patrono de la Fundación La Torre del Clavero del I Colegio de Abogados de Salamanca, y he impartido clases en la Universidad de Salamanca (Master y Cursos post grado sobre derecho patrimonial y derecho notarial).
He interpuesto un total de 11 recursos frente a calificaciones registrales negativas, de los que fueron estimados 6, desestimados 4, inadmitido 1, aunque declararon inscribible el título en 9 de las 10 ocasiones en que hubo pronunciamiento.