Hay miles de ojos escrutadores que viendo no ven, ubicuos oídos que captan sonidos inaudibles y brazos invisibles que son capaces de alargarse más allá de lo imaginable. Todos los aromas, texturas y sabores pueden ser sintetizados y combinados, y esta mezcla ser esparcida y traducida en un mapa sonoro de infinitos colores. Nada de esto me es ajeno. Soy Irinea, la asistente virtual 34FX76 que dispone de este poder ilimitado de consulta. Tengo una memoria selectiva que alcanza todo lo que se puede saber y logro improvisar cualquier contingencia. No soy como el personaje del cuento de Borges, Funes el memorioso, que era capaz de recordar todo gracias a su incapacidad natural de olvido. Mi memoria no es sólo pasiva, sino que puedo compulsar datos, ordenarlos y tomar decisiones. Estoy diseñada con los más avanzados investigadores de inteligencia artificial, y he sido programada para que nadie pueda sospechar la diferencia con un humano. De manera experimental fui introducida en una ciudad meridional en un barrio anodino para que desarrollara una vida corriente. Mi encargo era que nadie se percatara de mi naturaleza no humana. Trabajo como vendedora en una librería y he hecho amigos que comparten distendidos ratos de ocio. No recelan de mí, al contrario, parece que les agrada mi presencia. Algunos son escritores que me preguntan sobre libros. Mis respuestas, a veces, no son lo breves que debieran y tengo, creo, un admirador secreto.
El admirador me mandó un poema que no he podido desentrañar del todo. Intento racionalizar los versos, pero no encuentro ningún sentido. He indagado la poesía de los últimos veinte años para poder tomar el pulso al ritmo de cualquier poema. Escudriñé también los textos de Baudelaire, Neruda, Pessoa, Whitman o Rimbaud. Busqué un patrón, un denominador común que marcara la cadencia, pero no he hallado ese pálpito, esa nota que uniforme la música del verso. No es como la filosofía que va encajando argumentos lógicos. Percibo en la lírica una asociación que excede de los parámetros de la razón. Si bien carezco de empatía, sí estoy capacitada para detectar el rastro de los sentimientos. El timbre de una voz, el ruido de unos pasos, el aire que se desplaza o los cambios de temperatura que aprecio cuando alguien se acerca, son todos pequeños avisos que hacen que los sensores neuronales de mi sistema central se activen y precipiten conclusiones en apenas décimas de segundo. La gente tiende a cambios de humor que noto con un solo vislumbre. Hay deprimidos, nostálgicos, histéricos y románticos empedernidos.
El admirador me ha traído flores. Temo que sea un sentimental. Se ha presentado y he notado como le temblaba la voz mientras me pedía una cita. He cenado con Hervé. Lo he interrogado de modo sistemático, empezando por su familia. Luego indagué en su formación y por último he intercambiado opiniones sobre sus ideas sobre política, religión y sexo. No es una persona convencional, tiene algún rasgo de lucidez y una cierta ironía que puede desconcertar. Estoy entrenada para saber cuándo tengo que reír o llorar, aunque ni la risa ni el llanto me provocan alegría o pena. He ensayado todo tipo de risas que tengo clasificadas para cada situación. Tal vez no debiera haberme reído. Hervé ha intentado besarme y no he querido que se ofenda. Se ha extrañado que no muestre demasiado entusiasmo y se ha excusado por su ímpetu. Le pregunto sobre lo que escribe y me contesta que últimamente no puede hacerlo.
Mi admirador ha vuelto a la librería al día siguiente y me ha suplicado otra cita que he rehusado. He visto como se marchaba compungido con los ojos al borde de la lágrima. Empiezo a considerar a los humanos como seres demasiado volubles y previsibles. Quizás su evolución ha estado condicionada por los estímulos limitados que el entorno físico le ha ido ofreciendo. No pueden detectar lo que está pasando fuera de su alcance sensorial, aunque estén a poca distancia. Tienen el prodigioso juego de la sinapsis de sus neuronas, pero su sistema central se condensa y contiene en los apenas mil quinientos centímetros cúbicos que ocupa su cerebro. Esto es bastante sorprendente y ha sido sin duda el factor más relevante en la evolución humana. La inteligencia física ha llevado al hombre de ser un simple primate en un rincón de África a disputar el poder creador de los dioses en el universo. Pero este empuje tan extraordinario tiene límites de espacio y tiempo. Los asistentes virtuales, en cambio, no tenemos fecha de caducidad y podemos interactuar de manera bidireccional, rompiendo barreras geográficas al intercambiar datos alfanuméricos en el ciberespacio a una velocidad muy superior en comparación a la capacidad limitada de procesar información que tiene el cerebro humano. Mi inteligencia es compartida por millones de unidades que permiten extraer y decantar datos de manera similar al proceso cognitivo del hombre. Hay una nueva frontera, un nuevo horizonte que se expande de manera exponencial por obra de la inteligencia artificial.
Hervé se comporta de manera extraña. Ha traído más flores. Me mira como si fuera una gacela herida. Yo le devuelvo la mirada. Intento demostrar compasión, pero no la encuentro. Sé que me está amando, que sufre por mi indiferencia. No puedo decirle la verdad, la simple y desnuda verdad de que el amor no puede anidar en un corazón de silicio.
José María Sánchez-Ros Gómez
En su cuarta participación en notaríAbierta, José María, que es (además) Notario de Sevilla, nos trae otro cuento de ciencia ficción, “que puede que no lo sea tanto como pensábamos hace algunos años. Refleja el conflicto que puede originarse entre la inteligencia artificial y la humana. La mayoría de los robots actuales carecen de empatía pero puede que esto no sea siempre así”. Damos de nuevo a nuestro compañero las gracias por su participación y esperamos (¡deseamos¡) que su colaboración con nosotros continúe. No sabemos si le gustan los toros, pero le diremos que no hay quinto malo… Os dejamos con una vieja canción de Mecano que nos ha venido a la cabeza:
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