En la conocida película Blade Runner la sociedad del año 2019 ha encomendado los trabajos físicos más duros a unos replicantes genéticos, en todo iguales a los humanos, creados exclusivamente a tal fin.
Su inventor les ha dotado de una duración limitada, para evitar que adquieran emociones, como medida de seguridad.
Dichos androides carecen de derechos, por lo que –en caso de rebelión- existen unos policías especiales (los blade runner) encargados de identificar a los replicantes y retirarlos.
No se habla de matar, porque se entiende que los replicantes no son humanos, condición previa para la atribución de derechos, incluido el derecho a la vida. Hay que entender, se diría, que ellos “son muy diferentes a nosotros”.
Sin embargo se nos plantea una duda
¿Cómo debe el Derecho reaccionar ante la “diferencia”?
Se ha generalizado en nuestra sociedad el uso de la máxima “todos somos iguales ante la Ley”, con un valor absoluto.
Sin embargo, la cabal comprensión de este principio exige una serie de matizaciones.
La igualdad no quiere decir uniformidad
La igualdad no es algo que pueda imponerse: sería antinatural. Acabar con lo distinto, incluso separar lo distinto, impedir la manifestación de la diversidad, son pretensiones propias de estados autoritarios y de ideologías totalitarias que convierten en única realidad, una parte de la realidad.
Es la diversidad lo natural y la ley debe preservarla, en toda su extensión. No existen dos individuos totalmente idénticos. Ni siquiera los clónicos serían iguales: esa igualdad biológica es una intervención en la naturaleza, contraria a la dignidad de la persona que estriba, precisamente, en ser única e irrepetible.
La ley, fruto de un contrato social entre desiguales es, esencialmente la superación de la violencia que genera la lucha por el poder en que siempre triunfaría el más fuerte.
El poder queda institucionalizado en el Estado, como forma de garantizar la convivencia, de forma que no prevalezca la desigualdad, y sea respetada la libertad de cada individuo, reconociéndole los medios para hacer efectiva dicha libertad individual (familia y propiedad). Es, por tanto, la desigualdad natural la justificación misma de la ley, mediante la igualación ante el poder del Estado, que sustituye la ley de la fuerza por la fuerza de la ley, como forma de dirimir los ciudadanos sus conflictos.
¿Quienes son hoy en día diferentes?
Javier de Lucas, plantea, al hilo de la película de Ridley Scott, la cuestión de nuestra relación con los diferentes y en concreto, con los inmigrantes (“Blade Runner. El Derecho, guardián de la diferencia”, 2002). La sociedad occidental, especialmente y de forma dramática en los últimos años, como consecuencia de las guerras en Irak y Siria, está sintiendo cada vez más la presión de la emigración.
Caminando por el centro de las grandes ciudades, a veces tenemos la impresión de estar en otro país. De alguna forma sentimos que estamos perdiendo nuestra propia identidad y eso nos desorienta. Ante esta variedad de razas, de lenguas, de colores, de culturas ¿qué es lo español? ¿qué es lo europeo?.
Los que vienen, vienen en busca de un trabajo, pero vienen con sus costumbres, con su religión, distintas de las nuestras.
Podemos verlos simplemente como diferentes, pero a veces, en determinados lugares, en determinadas barriadas, podemos llegar a sentirlos como peligrosos. Nuestra preocupación respecto de ellos se centra, más que en su situación, en protegernos de los problemas que puedan suponernos. Los vemos desde la perspectiva de nuestra seguridad, de nuestra identidad, de nuestro modo de vida, que queremos preservar.
Crece la xenofobia en Europa. Los partidos xenófobos con un tono populista halagan la identidad nacional, frente al peligro de una Europa sin fronteras.
El Brexit ha sido un aldabonazo de este regreso a los nacionalismos excluyentes.
El Proyecto de construcción de la Unión Europea se enfrenta al reto de los desplazados retenidos en las fronteras, como los nuevos bárbaros invasores a las puertas del Imperio Romano.
El mar se llena de gentes desesperadas, las playas arrojan cadáveres, restos de sueños de una vida mejor.
La pregunta sigue siendo qué hacemos con los diferentes. Y la respuesta no puede ser levantar nuevos muros, como propone Trump, ni elevar y electrificar las vallas que nos separan de los hambrientos del mundo.
¿Qué respuesta ha de dar la ley a estos temas?
Si la ley es, como dijo Lacruz, un “plan vinculante de convivencia en la justicia”, la convivencia, esto es, la paz social, el respeto de las libertades individuales, es la razón de ser de la ley.
La justicia, sin embargo, debe partir de la diversidad (dar a cada uno “lo suyo”), y presupone ámbitos de atribución de “lo suyo”, criterios de atribución, que pueden y deben atender a la desigualdad. Tomando un ejemplo del Derecho societario: a desigual poder debe corresponder desigual responsabilidad y ello justifica la separación orgánica de competencias.
La desigualdad puede no ser, por tanto, discriminatoria: a veces simplemente existen intereses opuestos y la ley opta por primar una posición frente a otra, sea por política legislativa (oportunidad) sea como plasmación de una tradición cultural o jurídica (“espíritu de un pueblo”, que nos dice la justicia según costumbre o tradición).
Disfrutar de derechos distintos en distintos ordenamientos no suponen discriminación, aunque un racionalista como Montaigne se escandalizase por el hecho de que la ley sea distinta en cada lugar y que traspasar los Pirineos pudiera convertir en delito lo que del otro lado no lo es, hay que negar que la diversidad de normas se traduzca en una discriminación.
En España puede parecernos extraño que, siendo un principio constitucionalizado el de igualdad ante la ley, una vecindad (ser vasco, catalán o navarro) incide sustancialmente en nuestros derechos, por ejemplo, en los derechos del viudo, o, de forma mucho menos justificable, en los impuestos que han de pagar los herederos.
¿Es esto realmente tan discriminatorio como lo siente el que sale peor parado en la comparación?
Cuando mi derecho es menor (viudo) el de otros es mayor (hijos).
Se trata de una opción de política legislativa, al adoptar el criterio para conjugar intereses opuestos.
La razón que justifica ese diverso tratamiento jurídico, en el caso de derechos territoriales, puede residir en cierto “esquema cultural” (por ejemplo, en Navarra, la importancia de “la casa” y el mayorazgo, que dan lugar a la libertad de testar o a la inexistencia de legítimas), o una cierta cultura agraria (en Galicia, el minifundio, por ejemplo).
La igualdad ante la ley no es sinónimo de justicia: es más, puede amparar una injusticia de fondo, si sólo se garantiza una igualdad formal (o de atribución y reconocimiento de derechos), y en la medida en que ello no vaya acompañado por una igual real (de ejercicio o posibilidad real de hacer valer el derecho).
De hecho, el liberalismo, más que a establecer una igualación económica, tiende a acabar con los “privilegios” de los estamentos (nobleza y clero), a favor de la burguesía, estableciendo las bases del capitalismo. Las grandes palabras (igualdad, libertad) encubren y dignifican los intereses triunfantes de la Revolución Francesa (los del tercer estado), usurpación e incautación.
Ante una realidad diversa, la neutralidad de la ley puede generar desigualdad y falta de libertad.
La ley debe intervenir en los mercados, tutelando al consumidor, al trabajador, frente al capital: el Estado, a través de la ley, ejerce una función social, igualadora, o al menos reductora de las desigualdades económicas, redistribuidora, garantizando la efectividad de unos mínimos derechos del individuo, o “discriminando positivamente” a determinados colectivos, menos protegidos.
No se trata de piedad ni de indulgencia con los diferentes, no se trata de mantener a estos nuevos replicantes en “el mundo exterior”, como en “Blade Runner”, para que se limiten a hacer el trabajo duro que ya no queremos hacer nosotros y retirándolos de vuelta a su sitio cuando quieran quedarse en nuestro mundo.
En lugar de establecer la diferencia como criterio de atribución de derechos, deberíamos reconocer nuestra sustancial identidad humana con los desplazados, identidad que postula una misma dignidad y derechos.
PD.- Para los que no conozcan Blade Runner, amén de recomendar encarecidamente esta película (para muchos auténtica película de culto) os dejamos este video
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