“Possunt quia posse videntur.”
(“Pueden porque creen que pueden.”)
Virgilio, Eneida, V, 231.
Después de leer el post de Justito el Notario sobre la prueba de la manta y ahora que estamos en época de exámenes, me he animado a contar una anécdota de mis tiempos de oposición.
La oposición al título de notario es un largo camino, un mar proceloso que cada opositor sortea como puede y, como dice la canción, no hay que llegar primero, pero hay que saber llegar.
Cuando casi me sabía el programa -aunque uno no termina de sabérselo nunca-, una inoportuna gripe en los días previos al segundo examen truncó mis expectativas de aprobar la oposición de Sevilla. Comprobé amargamente que cualquier imprevisto podía dar al traste con horas y años de estudio y llegué a perder la fe en el esfuerzo.
Tras ese suspenso, lo único que me pedía el cuerpo era dar carpetazo definitivo a la idea de ser notario. No culminé tal propósito porque una oportuna reserva de nota del primer examen y la poca sensatez que a esas alturas me quedaba lo impidieron.
Además, unos meses después del suspenso cambié de estado civil. Romper la rutina de los últimos años durante los meses que dediqué a preparar con ilusión el nuevo hogar, las nupcias, el viaje de novios y otro viaje posterior, supuso una bocanada de aire fresco en la monótona y gris vida del opositor.
Terminados los fastos nupciales, volví a la rutina: temas, preparador, nervios, incertidumbre, angustia, cansancio vital, ánimo, desánimo, en fin, la montaña rusa emocional habitual del opositor.
Recuerdo que una tarde fui con mi marido a visitar a sus padres. Mi suegra contó cierta historia de una señora del pueblo que había llamado a una vidente de un pueblo cercano, la cual, desde la distancia, había adivinado que en la vida de su marido había otra mujer, algo que más tarde se confirmó como cierto. Prosiguió relatando otros presuntos aciertos de esa vidente o “sabia” -nombre con que en aquella comarca se conoce a las pitonisas-. Concluida nuestra visita, volvimos a casa. No sabía yo que aquella conversación intrascendente había quedado grabada en algún rincón perdido de mi subconsciente…
Continuaba la oposición y su rutina. Poco a poco, se iba acercando el examen. Comenzó entonces a rondar por mi cabeza la idea de acudir a la “sabia“. Nunca había visitado ni llamado a una vidente, es más, siempre había sentido cierto rechazo ante esas cosas; pero ahora, ante la incertidumbre angustiosa que me atenazaba, la idea de que alguien pudiera vislumbrar qué iba a ocurrir con mi oposición fue tomando cuerpo. Un día pedí a mi marido que consiguiera el teléfono de aquella “sabia“. Perplejo ante tal ocurrencia, me disuadió con todo tipo de argumentos, temeroso ante las funestas consecuencias que podrían derivarse de una eventual predicción negativa. Agotó todos los razonamientos posibles para convencerme de que mi propósito era totalmente descabellado. Lo que más le inquietaba era saber cuál sería mi actitud si la “sabia” vaticinaba que yo aprobaba. Consideraba aquello un auténtico despropósito, impropio de una persona con estudios y cierta cultura; sin embargo, viendo que todos sus argumentos caían en saco roto y, en previsión de que yo llegara a consumar tal desaguisado, una tarde que salí a cantar temas al preparador, aprovechó mi ausencia para llamar a la “sabia“.
La conversación discurrió más o menos en estos términos:
— (Ring Ring) Sí, dígame?
– Buenas tardes, ¿Es usted la sabia de Alcalá?
–Sí, yo soy. ¿En qué puedo ayudarle?
–Mire, quería preguntarle por una chica que se va a presentar a unas oposiciones.
–Bien, dígame, ¿las oposiciones son sólo en Andalucía o para toda España?
–Para toda España.
–¿Y se presenta mucha gente?
–Sí, se presenta mucha gente.
— (se hizo el silencio)…Pues…yo…lo único que veo es…. que está muy difícil….
–Sí, efectivamente, está muy difícil. Pero… ¿no ve nada más?
–Bueeeno, es que…si se presenta mucha gente… y es para toda España…, verá, …está muy difícil.., sí,… muy difícil…..
– En fin, si usted no ve nada más, ¡qué le vamos a hacer!. Muchas gracias por todo. Buenas tardes.
Terminada la conversación se quedó pensativo lamentándose: ¡Vaya timo!, ¡si ya lo decía yo! ¡Quién me mandaría llamar! ¡Si es que…!
Cuando llegué a casa me contó la conversación, pero en estos términos:
– ¿Qué tal han ido los temas? ¿Sabes que mientras estabas en el preparador he llamado a la adivina esa a la que querías preguntar?
– ¿Queeé? ¡No puedo creerlo! ¿Qué te ha dicho?
– Dice que ve muy claro que apruebas, que está difícil, pero que ve clarísimo que apruebas.
– ¿Seguro? ¿Es cierto que te ha dicho eso?
– Dice que no tiene ninguna duda. Así que, ¡mira qué bien! ¡lo vas a conseguir!
Aquella supuesta conversación disparó mi ánimo hasta límites insospechados. Que alguien que “veía” el futuro hubiera predicho sin ninguna duda que yo aprobaría terminó de un plumazo con la angustia y la incertidumbre que me atenazaban y empecé a estudiar sin descanso, con una alegría y confianza inusitadas.
Mi marido fue el primer asombrado ante los efectos psicológicos de su ardid. No daba crédito. Yo estudiaba entusiasmada, con una fuerza desconocida, sin dudas ni incertidumbres, totalmente convencida de que iba a aprobar. No dejaba de preguntarle una y otra vez los detalles de aquélla conversación que sonaba a música celestial y que había dado un giro radical a mi actitud ante el estudio. Llegó el examen y, tal y como supuestamente había predicho la sabia, aprobé.
Cuando se acercaba el tercer examen y la angustia volvía a arreciar, una tarde que fui al preparador, mi marido volvió a las andadas pero en esta ocasión prescindió de llamar a la sabia, ¿para qué?, a partir de ahora decidió que la sabia era él.
Al volver, al igual que la otra vez, me comentó:
– ¿Sabes que he vuelto a llamar a la sabia?
– ¿Sí? ¿qué te ha dicho?
– Que ve que apruebas la oposición. Lo ve clarísimo. Dice que no tiene ninguna duda. Le he insistido preguntando y dice que apruebas seguro.
Otra vez se disiparon las angustias como por encanto. Oír que alguien que decía ver el futuro vaticinaba con total seguridad que yo aprobaría de nuevo fue “mano de santo”. Me lo creí a pies juntillas. Y volví a estudiar como una máquina, siempre creyendo que aprobaría. Hay ciertos engaños que son una bendición y este engaño lo fue…dicen que en el amor y en la guerra todo vale.
Mi marido, viendo el efecto de sus tretas, continuó por ese camino y terminó buscando a mi padre de “compinche”. Entre los dos se las ingeniaron para hacerme creer, con artimañas, que yo era una opositora fuera de serie, siendo del montón como era. Sus argucias surtieron el efecto psicológico deseado y, por fin, aprobé la oposición. El dictamen lo aprobé a la primera.
Todavía ahora sigo sin explicarme cómo se me ocurrió pensar en llamar a una vidente, cómo pude tragarme todas aquellas mentiras sin cuestionarlas siquiera mentalmente y de dónde salió esa credulidad casi patológica. Da que pensar. La mente del opositor en puertas del examen es digna de una tesis doctoral de psicología. Su estado es lo más parecido a la enajenación mental, perfectamente manipulable. Lo que me quedó muy claro es que el aspecto psicológico de la oposición tiene tanto o más peso que el teórico o doctrinal. Un opositor bien preparado que carezca de recursos psicológicos para aguantar el tipo y la presión de la oposición puede quedarse en la cuneta y, desgraciadamente, casi todos conocemos casos en que así ocurre.
“Odyssea”
P.D.: El único dato que se ha cambiado para preservar el anonimato es el nombre del pueblo en el que vivía la sabia.
Odyssea es una misteriosa Firma Invitada que se ha mostrado muy celosa de su verdadera identidad. Hemos decidido respetar su anonimato y aceptar su intrigante historia.
Con este post, finalizamos el curso 2016-2017 y regresaremos en septiembre esperemos que cargados de fuerzas, de temas sobre los que escribir, de nuevos miembros y de más Firmas Invitadas. Gracias a todos.
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