Lutero y el notario (una historia en la Historia)
Augsburgo, 12 de octubre de 1518, El Cardenal y Lutero: el encuentro.
El Cardenal legado Cayetano se siente esta mañana más cerca del niño al que su madre llamaba Tomasso, Tomasso de Vio que de sus honores y títulos, mientras deja vagar su mirada a través de los ventanales del inmenso y caldeado salón del palacio del banquero Jacobo Fugger, “el Rico”.
Pese al gélido aire del campo germano, Tomasso desearía poder pasear por la ribera del río que ve en la cercanía y olvidar la molesta encomienda a la que debe atender, e incluso, si eso no le fuera prohibido, si nadie lo percibiera, pararse ante las pinturas que el banquero le ha mostrado de su protegido, un joven llamado Alberto Durero, y disfrutar de la sensualidad que siente que desprenden.
El astuto banquero va a financiar la elección de Carlos I de España como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico por esos caprichosos príncipes electores a los que hay que comprar. Bien sabe que cobrará con creces unos intereses cuya suma menguará las rentas del Reino de España y hasta la libertad del joven monarca… Pero esos pensamientos van cediendo en su mente entretanto se recrea en el ensueño de su gran misión, la razón por la que está aquí hospedado en este momento: la de aunar a todos los monarcas cristianos en la lucha contra la Media Luna que espera que le granjee el renombre en la Historia que cree merecer.
Sin embargo la enojosa enfermedad de su predecesor le ha hecho responsable de algo que perturba sus propósitos, hacer comparecer a su presencia a ese réprobo fraile agustino, por nombre Martín Lutero, para que se retracte de sus errores.
Él tiene que parar el desafío que el monje ha lanzado hace ya casi un año, el 31 de octubre de 1517, clavando sus 95 tesis en la puerta de la catedral de Wittenberg, clamando la vuelta a la pureza de la Iglesia primitiva. ¡Esas indulgencias para financiar la construcción de la Basílica de San Pedro en Roma, la absolución de los pecados facilitada por las monedas que compran bulas papales, han sido el detonante fatal!
Como Cayetano, Cardenal legado, no puede negarse a sí mismo que el niño Tomasso también soñó con otra Iglesia en la que la corrupción que el monje critica no fuera la norma; sabe también que la rebelión era de esperar, pero no imaginaba el apoyo que el empecinado fraile estaba consiguiendo. El entusiasmo que el invento de la imprenta le había producido se ha vuelto quebradero de cabeza al ver cómo ayuda a propagar como fuego esa subversión
Peor aún, a la nobleza le están aprovechando las tesis al encontrar la oportunidad de apoderarse de bienes y tierras de la Iglesia católica, al ver la puerta abierta a librarse de la debida obediencia al Papa. Cayetano sabe que la política va a entrar a librar su batalla y será más decisiva que la teología.
Pese a todo ello, es optimista. El procurador fiscal ha interpuesto la oportuna acusación de sospechoso de herejía, que ha sido notificada a Lutero. El reo debía comparecer ante la Curia, pero ha sido hábil acudiendo a “su príncipe”, Federico, que ha intercedido para que se sustancie la causa en Alemania por jueces ajenos a toda sospecha de parcialidad.
No ha quedado más remedio que acceder. Por eso él está allí, habiendo tenido que asegurarle previamente a Federico que tratará a Lutero con “blandura paternal” y que, después de interrogado podrá regresar a su cátedra universitaria. Aun así, el desconfiado se está retrasando y Cayetano necesita terminar de una vez para volver a su cometido histórico de salvar a la Cristiandad . Ahora, al parecer, también pide un salvoconducto para regresar libre a Wittenberg. ¿Desde cuándo no basta la promesa de un Cardenal?
Al fin, Jacobo, el banquero, del que Cayetano no duda que no tiene fidelidad a ninguna causa que no sea su propio enriquecimiento, llega al salón para avisarle que Lutero ya está en palacio. Cayetano se siente crecer de golpe, abandonando al niño Tomasso definitivamente esta mañana para cumplir el encargo y dejar a su Iglesia libre del cisma con que amenaza el hombre que entra por la puerta, serio, correcto y respetuoso en sus formas, pero con mirada retadora que le hace sentir debilitada la confianza de los momentos previos.
Martín Lutero no demora un instante en intentar entablar una disputa teológica que Cayetano, sorprendido tanto cuanto indignado, pretende acallar con la orden tonante, -“Revoca”, a la que una voz igual de firme responde, –“no quiero retractarme mientras no probéis mi error con las palabras de la Escritura”.
Ambos con los ojos incendiados, ambos con miradas que destilan voluntad inquebrantable de dominio sobre el otro, Cayetano aún tiene la serenidad suficiente para dar por concluida la primera cita y fijar una segunda al día siguiente….
Y la blandura paternal no será el telón de fondo de la disputa, como ambos también saben.
Augsburgo, 13 de Octubre de 1518: el desencuentro
Cayetano se prepara ya para una confrontación, no para la exigencia de obediencia que esperó ayer que bastara para plegar a Martín Lutero, ese hijo de minero, que no quiso ser jurista como su padre exigía, pero que defiende sus tesis con mayor fiereza que el más estudiado de los hombres de leyes, que conoce las Escrituras que él ya empieza a olvidar con tanta lucha por la política de la Iglesia , que se expresa con indiscutible habilidad, que se apoya en las Epístolas de San Pablo y habla de salvar el alma, de la justificación por la fe.
Lutero entra de nuevo en el salón, pero no viene solo, le acompañan nada menos que cuatro consejeros imperiales. Cayetano no se sorprende, sabe que el envite es fuerte.
Sin embargo, hay un personaje más en su comitiva que no identifica inicialmente. Viste un sencillo traje gris, lleva papel y pluma y pide permiso para sentarse a escribir….
-¿Un notario?, pregunta Cayetano indignado al percatarse de quién es ( más aún, de qué es) ese hombre
– Un notario, responde Lutero, visiblemente satisfecho del estupor causado a su oponente .
Ante el notario, al que Lutero mira para darle a entender que empieza su tarea y sin dar tiempo a reaccionar al Cardenal, empieza a leer una solemne “protestación” de respuesta a la acusación de herejía.
Para Cayetano las palabras de Lutero pasan a segundo plano, la presencia del notario es ofensiva para la Iglesia pues el relato de los hechos solo debía corresponder a las actas eclesiales.
Así pues… 500 años no son nada … para un notario,
porque en lo que a nosotros interesa, la intervención notarial representó para quien la pidió la máxima garantía de objetividad, imparcialidad y verdad.
Ninguno de los textos manejados recoge el nombre concreto de ese notario.
Nosotros sabemos que no importa. Toda la fuerza de la fe pública radica en la institución notarial, no en su eventual depositario.
HOY, haríamos exactamente lo mismo que ese notario, HOY IGUAL QUE AYER
Ah! Y…. hubo un tercer encuentro, pero esa ya es otra historia de hace… también 500 años,.
P.S. Con gratitud a mi compañero Martín Palomino que me cuenta tanto como sabe de la Historia para poder soñar “historias”.
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