Nuestros pueblos: Peñas de San Pedro y la romería del Cristo del Sahuco
Allá donde muere la Mancha, cuando el mar del paisaje abandona su plana quietud y deja paso al suave oleaje de las primeras lomas de los sistemas béticos, se encuentra Peñas de San Pedro. Hoy, un pueblecito más de la Castilla profunda. Antaño, cruce de caminos y de civilizaciones, tierra fronteriza en la Reconquista y escenario de luchas durante el carlismo, como atestiguan las ruinas de Sanfiro, el castillo-fortaleza que preside la llanura albaceteña y se erige en símbolo y guardián de la localidad.
Peñas de San Pedro perteneció históricamente al alfoz y jurisdicción de Alcaraz. Con la creación de la provincia se encuadró en el extinto partido de Chinchilla de Montearagón y actualmente forma parte, tanto judicial como notarialmente, del distrito de Albacete. Precisamente fue una disputa administrativa la que parece subyacer en el origen de una de las tradiciones más insólitas y sorprendentes de España: la romería del Cristo del Sahuco.
El Sahuco es una pequeña aldea situada a la entrada de la sierra de su mismo nombre, en las estribaciones de la de Alcaraz. Un lugar aislado y tranquilo, campo, monte, vegetación y agua. La leyenda atribuye a la imagen del Cristo una procedencia sobrenatural, o cuanto menos, misteriosa: bien su aparición a unos segadores sobre un saúco junto a la fuente de la aldea, bien su talla a escondidas por un extranjero. En aquel sitio se edificó una ermita y posteriormente un hospicio o pequeño convento franciscano, que ha perdurado hasta nuestros días como casa de colonias veraniegas.
La tradición tampoco está documentada y oralmente se han transmitido varias versiones, contadas por los más ancianos. Quizá la explicación más lógica esté en la suma de dos conflictos, uno de tipo religioso y otro de tipo político-administrativo, entre mediados del siglo XVIII y comienzos del XIX.
Por un lado, el Sahuco, aldea o lugar del concejo de las Peñas de San Pedro, disputaba con él la tenencia de la imagen. Finalmente se llegaría a un acuerdo. El Cristo pasaría en las Peñas los meses de verano, los más decisivos para la economía agraria del municipio, como rogativa para la abundancia de las lluvias, y el resto del año permanecería en su ermita titular.
Por otro lado, el Pozuelo, municipio limítrofe que hasta el siglo XIX había sido una aldea de las Peñas de San Pedro, estaría en desacuerdo con el deslinde de los términos y habría reclamado su derecho a los terrenos del Sahuco. La tensión habría llegado al punto de extenderse el rumor de que los del Pozuelo tenían intención de llevarse al Cristo. Así las cosas, una noche los peñeros se levantaron de sus camas, y en camiseta y calzoncillos pulgueros, corrieron hasta el Sahuco, se apoderaron de la imagen y la trajeron corriendo a hombros por los caminos y las ramblas.
Cada lunes de Pentecostés (el día siguiente al asalto de la verja del Rocío) es la “traída”. Decenas de mozos y no tan mozos de la comarca repiten el rito: cargan a hombros el Cristo y lo trasladan corriendo los 15 kilómetros que separan ambas localidades, el Sahuco y las Peñas de San Pedro. Visten prendas blancas y fajas de colores, a imitación de los atuendos de segadores con los que, presuntamente, sus mayores consumaron el rapto de la imagen. Se organizan en parejas de cuatro componentes que ejecutan la carrera a relevos y animan la marcha con vítores y palmas. A lo largo del recorrido se hacen tres paradas en las que se expone el Cristo a los fieles. Dos horas después llegan a las Peñas, donde una multitud los espera en la entrada del pueblo. Muchos corren por devoción o una promesa, otros por deporte, los más como una seña de identidad…
Recientemente, la romería ha sido declarada de interés turístico regional, y ahora opta a la declaración nacional. El Cristo del Sahuco se quedará en las Peñas de San Pedro hasta sus fiestas mayores, a finales del verano, cuando se le devolverá, también corriendo, a su Santuario (la “llevada”). Y esa será otra historia que contar.