Solos o en compañía de otros. Esta vieja fórmula usada con frecuencia en sentencias es lo que me vino inmediatamente a la cabeza cuando mi buen amigo Francisco Rosales, notario y gran comunicador por otras señas, me lanzó un reto de los suyos. Porque, como además de todas esas cosas es un provocador nato, se aprovecha de que esta fiscalita toguitaconada entra a todo para meterme en más de un embolado.
Entrar en ese embolado, se entra enseguida, pero lo de salir y cómo se sale ya es harina de otro costal; pues como bien dicen los artistas, lo difícil no es llegar, sino mantenerse.
Lo mismo sucede en nuestro mundo del derecho, donde aprobar una oposición no es el fin sino el principio de un largo camino.
En ese largo camino (el de buscar un mundo mejor, y más justo) andamos.
¿Y a qué velocidad andamos en el mundo del derecho?
Para los que ya tenemos unas cuantas muescas en la toga, en la chaqueta del traje o lo que quiera que llevemos, hemos visto cambiar el mundo a velocidades de vértigo. Tanta que casi no nos hemos dado cuenta, adaptándonos no sin esfuerzo a cada cambio y con la sensación de que, una vez asumida una novedad ya estaba obsoleta para dar paso a la siguiente.
Hemos presenciado todos esos cambios sin más herramienta ni formación que: las ganas o la necesidad. O ambas, que lo cortés no quita lo valiente.
Aún queda por comprobar si en el mundo del Derecho hemos evolucionado a la misma velocidad, o aún seguimos resistiéndonos a lo inevitable.
Recuerdo que cuando estudiaba la carrera consultábamos la jurisprudencia en aquellos viejos tomos de Aranzadi que se clasificaban por años y venían impresos en hojas que parecían de Biblia, buscando y rebuscando metiendo la nariz dentro de aquellos volúmenes encuadernados en piel.
Aún tengo pesadillas en las que sigo buscando sentencias sobre el aborto del año 1958, el que me tocó en suerte en el trabajo para la asignatura de Derecho Natural. Ni pensar entonces en la posibilidad remota de apretar un botón y dar con todas las sentencias en la materia deseada. Solo idearlo hubiera sido poco menos que ejercer de Julio Verne cuando imaginaba viajes submarinos en una época en que eso era impensable. Y escribiendo a mano o, como mucho, en una máquina de escribir con la que acababan doliendo los dedos de martillear como si no hubiera un mañana.
Pero claro que había un mañana, un mañana que corría más que nosotros, y que un día nos sorprendía con la existencia de ordenadores –con las letras digitales en verde, como los relojes, el primero que manejé- y otro con la de teléfonos inalámbricos, y, más tarde móviles, con su enorme maleta de madera a cuestas.
Y, como quiera que en Justicia siempre llegamos tarde, aún recuerdo aquellas guardias pegada a ese chisme infernal llamado “busca”, cuyo pitido daba el pistoletazo de salida a un sprint en busca de la primera cabina telefónica que encontráramos para recibir el aviso. Y juro que no hace tanto, aunque a las generaciones más jóvenes pueda parecerles que estoy hablando del Pleistoceno.
Finalmente, con retraso real y tecnológico, llegaron los ordenadores y los móviles a Justicia –aunque en las guardias muchos aún llevan un modelo sin acceso a Internet y hasta con antenita- y, con ello, nos vimos abocados, quisiéramoslo o no, a ingresar en el fastuoso mundo de las Tecnologías de la Información y la Comunicación, denominación mucho más acertada que la de Nuevas Tecnologías que todavía se usa en alguna que otra parte.
¿Donde hemos llegado?
Es aquí donde me quería dirigir, quizás con algún circunloquio de más, que conforme las canas empiezan a asomar, parece que tienen el poder de impelirnos a contar batallitas.
Esas TIC de las que hablaba tienen mucho más poder en nuestro mundo del que parece que se le quiere atribuir.
Se ha consolidado el uso para buscar información, para escribir resoluciones fundadas en un tiempo record y hasta para favorecer las comunicaciones en el desarrollo de nuestro trabajo; sin embargo esto, aun siendo un gran avance, no consiste en otra cosa que en usar herramientas mucho más sofisticadas para movernos en los esquemas de siempre.
Sin salirnos de los raíles del tren, por más que éste sea un AVE en vez de un vagón de mercancías; sin embargo jamás arribaremos a la Luna en un tren, por rápido y moderno que sea. Y es hora de que vayamos buscando el cohete.
Y ahí es dónde me planteo eso de solos o en compañía de otros.
En nuestro mundo seguimos distribuidos en los compartimentos estancos de siempre (los jueces con los jueces, los abogados con los abogados, los notarios con los notarios, y así sucesivamente).
Como mucho, asomamos la cabeza desde nuestros cajones para tirar piedras a las carreras más cercanas. Jueces versus fiscales, notarios versus registradores… Que si yo trabajo más y tú menos, que si esto me toca a mí y no a ti, que si vosotros vivís mejor que nosotros. Visiones estrechas que debiéramos superar, y para las cuales tenemos los instrumentos a golpe de tecla.
No se necesita ser Einstein para imaginar mil formas en que la colaboración entre jueces, fiscales o notarios pudieran dar resultados excelentes para el ciudadano, que es nuestro principal interés.
Siempre tropezamos una y otra vez con el obstáculo de la burocracia.
Hay que firmar tropecientos protocolos, acuerdos y convenios varios que acaban quitando las ganas a cualquiera.
¿Sería tan difícil arbitrar un modelo en el que, con descolgar el teléfono o entrar en el ordenador, pusiéramos los unos en conocimiento de los otros cuestiones que nos interesaría conocer para poder actuar, o consultar conocimientos de los que carecemos?
¿No es mejor, tener que andar buscando cuál es el medio correcto para transmitir algo, en vez de preocuparnos del contenido de lo que se transmite?.
Pues ahí seguimos, sin sistemas de comunicación fluidos ni razonables. Ni pinta de que eso vaya a pasar en un futuro más o menos próximo, visto lo visto.
¿Y por qué digo esto?
Pues porque no hay más que navegar un poco por las redes sociales para darnos cuenta que los que nos empecinamos en transmitir y compartir experiencias, conocimientos o lo que quiera que podamos compartir, somos poco menos que bichos raros con aficiones no menos raras.
Es verdad que nos gustan estos chismes y son nuestros juguetes; sin embargo muchos no lo ven más allá de un entretenimiento… cuando no un peligro, o un riesgo.
¿Para qué meternos en estos líos, con lo tranquilitos que estamos cada uno en la burbuja de su despacho, tan ajeno al mundo como si estuviéramos en otra galaxia?.
Más de una vez me han advertido que tenga cuidado con lo que digo, por eso de las líneas rojas y los límites, más no porque puedan insultarme o amenazarme, que también, sino por el riesgo de que las propias instituciones a las que pertenecemos no vayan a mirar con buenos ojos que no permanezcamos calladitos y modositos.
Tal vez por eso razón, se puedan contar con los dedos de la mano aquellos de nosotros que nos movemos en redes sociales, y reducir la cifra a la mitad si la dejamos en aquellos que lo hacemos usando algo tan simple como nuestro propio nombre y apellidos.
¿Una fiscal o un notario tuiteros? Vade retro, Satanás, hasta dónde vamos a ir a parar. ¿A que santo se meten éstos en eso de blogs y webs y tontunas varias? Y, claro, si así nos ponemos la respuesta es obvia. A ningún sitio. Y así nos va.
Así que, aun a riesgo de ser un bicho raro, yo sigo apostando porque nada de solos, sino en compañía de otros. Que la información es el poder y varios cerebros piensan más que uno solo. Pero igual soy una subversiva y debería quedarme en mi compartimento estanco a verlas venir. Pues que ni lo sueñen, que queda fiscalita toguitaconada para rato. Y en compañía de todo el que quiera aportar algo. Vaya que sí.
Fiscal
Gracias a Susana Gisbert por su segunda colaboración en notaríAbierta. Fue un éxito la primera y damos por hecho que lo será esta segunda.
Nos gustaría tener palabras para contestar a este post; sin embargo sólo nos sale del corazón sumarnos a ese camino, así que como este post es redondo y rotundo, como juristas sólo podemos añadir esto:
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